Las croquetas son feas, no tiene forma, adoptan colores oscuros y son, cada una, diferente de la otra, sin embargo, nos gustan por su relleno. A nadie le preocupa el exterior de la croqueta, nadie rechaza una croqueta porque sea más corta, más gorda o más delgada. No importa si son redondas , alargadas, cuadradas o rectangulares, a nadie le preocupa el exterior de la croqueta. Quizás, si acudas a un restaurante de lujo, veas este manjar perfectamente modelado pero, las mejores croquetas, las de tu madre y las de la mía, son feas por fuera. Todas se recubren de lo mismo y, sin embargo, al morderlas y descubrir su interior, descubrir de que están hechas, se deshacen en la boca y olvidamos su deforme aspecto. Atacamos otra, otra y otra, buscamos descubrir más interiores hasta que el plato queda vacío y nuestro estómago se declara saciado.
No sé, a veces pienso que al renacer, quisiera ser croqueta.
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