Él había vuelto años después, ya devastado por la vorágine interior que supuso dejarla ir. Ella había aparecido tras varios septiembres, ya despierta del letargo en el que sus brazos la adormecían.
Y juntos se convencieron de que todo era posible, de que el mundo volvía a ser suyo y de que la partida la ganaba quien tuviese la mejor sonrisa y los ojos más sinceros. Afortunadamente, jóvenes, lo tenían todo.
Ella decidió volver, él siempre quiso quedarse.
Nunca llegó octubre.
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