viernes, 14 de noviembre de 2014

Entoces les veías. Siempre guapos, con su pelo perfecto, su familia moderna, su ropa vintage y sus gafas con filtro polarizado. Entonces les veías y pensabas que qué carajo estabas haciendo con tu vida, cuando podrías crear lo mismo.
No me sentía parte de ello. No me sentía parte de ningún sitio.
Ellas siempre estaban arregladas. Aunque llevasen unos vaqueros y una coleta. Ellas siempre estaban arregladas y sus brazos bailaban en el interior de cualquier camisa. Quizás no tenían ni para comer, quizás carecían de otras cosas, pero yo envidiaba sus brazos.
Siempre he querido la belleza, siempre he admirado el Arte y el libre albedrío del mismo. A veces quería dibujarles, fotografiarles, escribir historias sobre ellos. A veces solo gritarles y saber si pensaban lo mismo sobre mí.
Nunca me he sentido parte de un grupo. Nunca creo que encaje en un solo lugar. Es algo que muchos envidian, yo lo detesto. No puedes vivir sin dos polos, no puedo vivir sin alguien que me desordene la cabeza  y me provoque tinta, ni sin alguien que me encauce y me tapone las heridas. Necesito un torniquete humano en la A de mi muñeca. Uno que apriete tanto, que corte la hemorragia, uno que duela tanto que parezca que aún hay tinta.

Entonces les veía y pensaba que ojalá, algún día, todos ellos me cortasen.

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