sábado, 16 de enero de 2016

Tenía pequeños detalles que endulzaban la vida, o al menos la concepción que ella tenía de esta. Siempre llevaba una taza de café, supongo que descafeinado, aunque por su energía constante no me habría extrañado que toda la mezcla estuviese impregnada de cafeína. Traía magdalenas por la mañana y regalaba entradas de cine. Llegaba tarde a la habitación, pero siempre pasaba antes por la biblioteca para darnos las buenas noches. No consentía beber refresco si no era en vaso, enviaba cartas, amaba el color rojo y tenía una obsesión, cuasi enfermiza, por hacer sus libretas ininteligibles.

Yo creo que era feliz, o al menos lo fue durante un tiempo. Tenía una sonrisa bonita y una curiosa forma de amar. A veces parecía una madre, otras daban ganas de amarla con pasión y, la mayoría, resultaba un enigma atractivo al que pocos podíamos llegar. Poseía una capacidad increíble para disfrazarse y jamás, jamás, la vimos llorando.

Yo creo que era feliz, o al menos lo fue durante un tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario