miércoles, 28 de marzo de 2012

O de cómo hacer de las palabras mi propio suicidio

Era siempre lo mismo, afortunada, o desgraciadamente, era siempre lo mismo, y empezaba a odiarte por ello.

La próxima vez que tenga un impulso poético átame las manos, tapóname los labios, cúbreme los ojos e invade mi mente. Asfíxiame por un momento en un vano intento de ahogarme,
de ahogarme en ti.
De que agonices conmigo.

Eres el culpable de mis versos. Es algo que nunca voy a perdonarte, seas quien sea.

¿Cómo odiar algo que no es siquiera tangible? Cómo quisiera deshacerme de ti, de lo que me provocas, de lo que me llevas a hacer...

Con la mayor fuerza destructora, con la más grande de las armas, con el más alto potencial. Mi propio Tibbets, yo, Hiroshima, bomba nuclear...
Y aún así, todavía no me libraría de las palabra
Nunca me libraría de mi muerte

Único culpable, tú, vosotras, mis palabras.

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