jueves, 1 de octubre de 2015

Años en primavera

Así, sin avisar, nos ha vuelto a llegar septiembre. Había llegado a olvidar que era el momento de encontrarnos, que fueron nuestros primeros días, que sembraste las segundas oportunidades. Que el mes que acaba la estación violenta aún arranca verde a las primas hojas del estío. Me había olvidado de que era Septiembre. Se había barrido con las ramas que mecían los recientes vientos, el calendario se deshojaba como un gran árbol caduco y los días iban cayendo despacio. Noches breves de amaneceres lentos que van alargando cada nota en su existencia, por dejarme abrazar la generosa compañía de otro verano a la interperie.

Pero ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma.

El exterior ya no es el mismo. Ya no queda astro o piélago y, ardiente por destrozarnos, Eolo viste su capa más gris y se funde con el estruendo de la urbe.
Tú eres ese septiembre. Ese que arranca el tono glauco a las flores, ese que usurpa el pigmento cetrino a la hierba, el mismo que hurta en mi verdegal y escapa ileso bajo la picaresca.
Entre tanto, neófito e inexperto, tiñes tus fauces más ciertas con el cromatismo de las delicias que quebrantas.
Pero aún me queda la esperanza que me confiere saber que todo verde para nutrirse necesita agua, y si hoy tus ojos lucen brillantes y su gama es viva que nunca, es porque te han provocado algún aguacero al saber que se aproxima Septiembre.

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