jueves, 5 de abril de 2018

La cosa era que no había nada más. En la inmesiadad del universo, en la soledad del cosmos y el origen del caos, no había nada más.
Ingravidez, atemporalidad, soledad y universo. Todo se confrontaba en la obra más amravillosa nunca vista, en la cración más perfecta jamás imagianda.
Y después...?qué¿ La amlagama de planetas y elementos celestiales se expandía como la más terrible de las epidemias, no tenía límietes
era eterno, era infinito, era superior.

y sin embargo, entre aquellos límites de la existencia, no había nada más...




Él era mi único amigo. Pero era un amigo de verdad, para un amigo que se tiene hay que elegirlo bien. Nos conocíamos desde hace relativamente poco, sin embargo, siempre habíamos tenido cierta conexión, ese "feeling" del que se habla en las teleseries americanas. No recuerdo qué día empezamos a hablar, ni tampoco el día en el que decidí confiar parte de mi persona en él, creo que fue algo mutuo.
Nunca hubo más que una amistad cuya base era la confianza, el cariño y la verdad. Por mi parte siempre hubo cierto grado de admiración, no podía ocultarlo, sabía que era mucho más inteligente que yo y que, a la larga, acabaría comprendiendo mi arte mejor que yo misma.
Cuando desde mi ático en Madrid pienso en aquellos años, le imagino en su pequeño piso alejado de la ciudad, miro atrás pienso ... ¿Pudo haber algo más?
Ahora, al cabo de los años, creo que he enocontrado la respuesta.
Hubo algo más, algo mayor a una amistad y puede que algo mayor a un amor físco.
Nosotros dos nos  entendíamos, nos complatábamos, nos queríamos. Nos queríamos como solo se quieren dos personas que desconocen lo que sienten, como solo se quieren dos adolescentes egocéntricos...

como solo se pueden un poeta y su musa....

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