Pero Madrid aún ardía. Ardía como el lunes. Ardía como el asfalto.
Yo, que había elegido estar tan rodeada y tan sola, me sentía como Madrid, y ardía. Ardía como la ciudad. Ardía como el asfalto. Ardía como un cigarrillo largo que se quema pero nunca se consume. Que se gasta pero prende cuando adicciona.
Madrid ardía y yo, a lo dejos, me inmolaba con ella
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